Relato novelado del Combate Naval de Angamos, adaptado de la novela "Curso de Héroes"
- Mariela Silva
- 14 nov 2024
- 21 Min. de lectura
AUTOR: CADETE CALEUCHANO, Edgardo Mackay.
"Curso de Héroes" es la última novela histórica de Edgardo Mackay, autor también de "Balleneros y Corsarios" y "La Última Ola". En esta obra, Mackay nos traslada a la Guerra del Pacífico, uno de los periodos más icónicos y complejos en la historia de Chile. A través de los ojos de Robin Corthorn-Davies, un joven oficial de la promoción de figuras históricas como Arturo Prat y Carlos Condell, el lector se convierte en testigo de la campaña naval que va desde el inicio del conflicto hasta la ocupación del Callao.
La novela revela intrincadas tramas: los intereses británicos en la industria del salitre, la influencia estadounidense en el Cono Sur, y las dudas de los altos mandos militares y civiles. El relato es matizado por el romance entre el protagonista y la hija de un representante de la Pacific Steam Navigation Company, con un tono humano e íntimo que baja del pedestal a estos personajes históricos, dándoles una profundidad que los vuelve más cercanos y reales. "Curso de Héroes" ofrece un detallado retrato de una época fascinante, que continúa cautivando a lectores de los países involucrados en la contienda.

1.- PUNTA ANGAMOS
El 6 de octubre la 2da División arribó a Mejillones y al día siguiente lo hizo Riveros con
el “BLANCO ENCALADA”, la “COVADONGA” y el “MATÍAS COUSIÑO”, casi
coincidiendo con el zarpe de Grau desde la cuadra de Los Vilos rumbo al norte. Apenas
arribado Latorre informó al ministro Sotomayor lo sucedido en Arica, recibiendo
instrucciones de llenar sus carboneras y esperar órdenes, en tanto a Riveros se le ordenó
zarpar inmediatamente a Antofagasta con sus tres buques.
Las órdenes de Sotomayor llegaron al día siguiente, instruyendo a Latorre que su
división saliera a cruzar a cincuenta millas frente al puerto de Mejillones en convoy
abierto de tal modo de poder abarcar más horizonte, en tanto que Riveros recibía
instrucciones de cruzar hacia el suroeste de Antofagasta. Sin embargo Latorre, después
de consultar con los comandantes Jorge Montt y Francisco Javier Molinas y ante una
sugerencia de Robin, decidió alterar las instrucciones originales por considerar que
cincuenta millas era una distancia demasiado amplia para cubrir, reduciéndola a sólo
veinte millas de la costa, y manteniendo a Riveros en Punta Tetas, frente al cierre norte
de Antofagasta. Telegrafiado el cambio al ministro éste respondió: “Acepto las
modificaciones que usted propone a las instrucciones y proceda en todo caso como
usted juzgue más oportuno”.
-¡Bien! Así, si se les escapan al ‘BLANCO’ caerán redonditos en nuestras manos.
Genial, Latorre, simplemente genial.
-Si, pero siempre que a Grau no se le ocurra una genialidad igual o mejor, Robin. No
sería la primera vez. Pero algo me dice que esta vez vamos bien encaminados.
*
-Medianoche, señor. Tenemos las luces de Antofagasta a estribor, almirante.
-Bien -Grau miró su reloj. –Señales a la ‘UNIÓN’ para que permanezca en
observación. Nosotros vamos a entrar.
A la una y veinticinco minutos del 8 de octubre el monitor ingresó sigilosamente a la
bahía en tanto el teniente Palacios trepado en la cofa recorría la rada con sus
binoculares.
-Nada de transportes, nada de pertrechos en el muelle, nada de tropas. ¡Maldita sea!
Nada de nada.
Descolgándose a la cubierta se dirigió al puente a entregar su informe al almirante,
quien lo escuchó con rostro inexpresivo.
-Notado, teniente. Señor Aguirre, proa a la ‘UNIÓN’. Nos vamos de aquí.
A las tres y cuarto de la madrugada se produjo el rendez-vous con la corbeta,
reiniciando ambas naves la navegación bajo una luna esplendorosa que mostrándose
entre las nubes cubrió las aguas de un luminoso resplandor plateado.
-Redoblen guardia de vigías –ordenó Grau con voz firme y sin inflexiones, haciendo
caso omiso de la mirada curiosa que le dirigió el comandante Carvajal.
-¡Humo a estribor! –surgió casi simultáneamente el grito de un vigía.
-Tres buques, señor –apuntó Carvajal, trocando la curiosidad original por sorpresa y
admiración ante el instinto de su jefe.
-Avísenle a la ‘UNIÓN’.
El almirante levantó sus binoculares hacia los buques que se mostraban pegados a la
costa.
-Sala de máquinas, sesenta revoluciones. Timonel, rumbo al oeste.
En la sala de máquinas, Tom Wilkins, el antiguo ingeniero de la “INDEPENDENCIA”
ahora trasbordado al “HUÁSCAR” como par del Yankee McMahon, observó con
preocupación la presión que indicaban sus manómetros y miró a su colega, quien
encogiéndose de hombros con resignación sólo comentó:
-Well, what the heck, he’s the boss.
Cuarenta y cinco minutos más tarde la máquina alcanzaba las sesenta revoluciones con
la proa siempre hacia mar afuera, en tanto la “UNIÓN” cambiando su rumbo hacia el
sudeste comenzaba a exhalar una espesa nube de humo que luego, virando esta vez
hacia el sur, convirtió en lo que esperaba fuera una cortina protectora para el
“HUÁSCAR”.
-Uno es un blindado, señor.
-Si es el ‘COCHRANE’ estamos complicados: debe dar doce nudos después de sus
reparaciones.
-Es el ‘BLANCO’, señor –reportó Palacios sin apartar su anteojo del buque.
-Distancia cuatro millas, señor –anunció Aguirre. –Están dirigiéndose a la
‘UNIÓN’.
-¿Velocidad?
-Diez nudos, señor.
-Bien, ya no podrán alcanzarnos -respiró más tranquilo el almirante, tomando el tubo
de comunicación a la máquina. –Mr. McMahon, bajar a cincuenta y dos revoluciones.
-Aye, aye, sir.
-Un buque se está separando, señor. Enmendó rumbo a Antofagasta.
-Es el ‘MATÍAS COUSIÑO’, mi almirante. Y el que acompaña al blindado es nuestra
conocida ‘COVADONGA’, señor. Con su velocidad jamás nos darán alcance.
-Muy bien, enmendar rumbo al norte. Mr. McMahon, mantener velocidad y
revoluciones.
-Yessir.
-Hágale señales al comandante García y García para que mantenga su velocidad en
nueve nudos y medio, manteniéndose a babor.
-Sí, señor. La ‘COVADONGA’ se va rezagando, señor. Sólo el ‘BLANCO’ mantiene
la distancia.
Miguel Grau miró su reloj: las cinco cuarenta de la mañana y amaneciendo rápidamente.
Hacia la costa la usual neblina cubriendo la parda superficie de tierra desértica, y hacia
el oeste ni un sólo navío rompiendo la difusa línea azul del horizonte. Pero una
preocupación empezó a filtrarse en su mente: “Algo está mal, ¿dónde está el resto de la
flota enemiga?, ¿por qué sólo el “BLANCO ENCALADA” persiguiéndonos?, ¿qué hay
del “COCHRANE”, que es mucho más rápido?”
Sin embargo la hora avanzaba y la situación se mantenía sin variaciones, con el
“BLANCO” siempre en persecución y la “COVADONGA” casi perdida en lontananza.
El puente guardaba silencio, respetando el ceño fruncido del almirante. Siete de la
mañana ya y en la toldilla un par de infantes de marina ríen alborozados, entendiendo
que el blindado chileno ha sido incapaz de reducir la distancia.
“Ojala sintiera su misma confianza…”
-¡¡Humos al norte, señor!! ¡Tres naves, señor!
Una mirada le bastó para comprender lo que ello significaba.
-¡A toda máquina! ¡Mr. McMahon, máximas revoluciones!
En la “UNIÓN” el comandante García y García, identificando las cofas blindadas del
“COCHRANE”, también comprendió lo que implicaba la aparición de esos tres buques
cortándoles el paso.
-Nos vamos de aquí. Solo cabe la posibilidad de dividir la formación enemiga
arrastrando algunos en nuestra persecución.
-Pero, señor -objetó el comandante Salaverry. –Ninguno de los blindados nos
perseguirá, y ésos son los que cuentan.
García y García se volvió hacia sus oficiales reunidos en el puente.
-El general Prado ha ordenado no entablar combate a menos que no se pueda escapar.
Todos ustedes han visto las instrucciones. Si nos separamos del ‘HUÁSCAR’ podemos
dividir la flota enemiga y perderla rumbo al norte, y eso es lo que haremos, ¿está claro?
-Sí, señor.
-Muy bien, ¡a toda máquina!
*
-Los tenemos, Robin Hood.
-La ‘UNIÓN’ se escapa, comandante.
-Teniente Rojas, hágale señales al ‘LOA’ y a la ‘O’HIGGINS’ para que persigan a la
‘UNIÓN’. Capitán Gaona, reúna a sus oficiales y prepare la artillería. Capitán Corthorn,
a mi lado, necesito sus ojos: quiero que no los quite de la torre giratoria del monitor.
-¡A su orden, señor! –la respuesta fue simultánea de todos los aludidos.
-¿Distancia?
-Cinco mil yardas, señor.
-Mantener el rumbo. No abrir fuego. Guardiamarina Contreras, a la cofa: quiero que
nos mantenga constantemente al tanto de las distancias, ¿entendido?
-Sí señor –contestó el aludido, recogiendo sus instrumentos y corriendo a tomar su
posición.
En el “HUÁSCAR” Grau echó una última mirada a la “UNIÓN” que rápidamente se
alejaba hacia el norte arrastrando a los dos buques menores en persecución, y
desentendiéndose de ella puso toda su atención en lo que se le avecinaba.
-Mr. McMahon, aumente cuatro revoluciones más. Sr. Palacios, ¿distancia?
-Cinco mil yardas, almirante.
-Teniente Rodríguez, teniente Santillana, preparados.
Los dos oficiales, cada uno a cargo de un cañón de la torre Coles servida por artilleros
ingleses, observaban por el mirador al blindado que cada vez más acortaba distancia.
-¡Cuatro mil yardas, señor!
“No hay escape”, pensó Grau. “Y tan seguros están que ni siquiera abren fuego”.
-¡Tres mil yardas!
-Caer lentamente a babor.
-¡Dos mil ochocientas yardas!
-Díganle al mayor Ugarteche que proteja a sus infantes de marina, están demasiado al
descubierto.
-¡Dos mil trescientas yardas, señor! –anunció Palacios.
-Quince grados a babor –ordenó el almirante. –Abrir fuego.
-¡Fuego! –repitió la orden el comandante Elías Aguirre, e inmediatamente el
estruendo del disparo cubrió cualquier otro ruido del buque.
-¡Atención! – advirtió Robin en el puente del “COCHRANE” al observar la nube de
humo que mostrándose antes que les alcanzara el sonido cubrió la torre del
“HUÁSCAR”. Y luego, al tiempo que el segundo cañón del “HUÁSCAR” rompía el
fuego, echó maquinalmente una mirada a su reloj: las nueve y veinticinco minutos de la
mañana.
Ambos tiros pasaron por alto levantando un surtidor de agua a popa del blindado.
-Mantener el rumbo. La proa al monitor.
-¡Dos mil yardas, señor! –anunció Contreras desde su puesto en la cofa, al tiempo que
Palacios en el “HUÁSCAR” reportaba exactamente lo mismo a su comandante.
-¡Fuego! –repitió Aguirre, una vez ambos cañones estuvieron cargados nuevamente.
Esta vez un proyectil del monitor impactó el pescante del ancla, destrozándolo por
completo, en tanto un segundo le dio al blindaje de una de las baterías, justo en el
momento que el blindado despedía un chorro de vapor, lo que llevó a Latorre a pensar
que había estallado en la máquina.
-¿Daños?
-Aparentemente no, comandante –replicó Robin.
Latorre se había empeñado en acortar la distancia, evitando guiñar la nave para poder
hacer uso de su artillería, pero el mejoramiento de la puntería enemiga y el temor a que
su máquina hubiese resultado dañada le decidió a abrir fuego cuando los buques estaban
separados por aproximadamente unos 2000 metros.
El efecto de su primera descarga fue letal, penetrando una granada de 9 pulgadas por la
banda de babor, perforando el blindaje a treinta centímetros sobre la línea de flotación y
estallando bajo la torre de artillería, matando a la totalidad de los servidores del winche
que ronzaba los cañones. La segunda granada también dio en la batería pero su coraza
resistió el impacto desviándola hacia el mar.
-¡Atención! ¡Vamos a entrarles al espolón! ¡Todo a babor! ¡McMahon, toda fuerza
avante!
El “HUÁSCAR” embistió atrevidamente al blindado, pero Latorre atento a la maniobra
esquivó el ataque, descargándole sus dos cañones de la banda que quedó enfrentando al
monitor.
-¡Estamos sin gobierno! –exclamó Carvajal al notar que el buque comenzaba a virar
hacia estribor luego de recibir un tercer impacto de la artillería del “COCHRANE”, no
obstante que el timonel giraba la rueda en la dirección opuesta.
-¡Preparar aparejos de emergencia! –ordenó Grau, entendiendo que si la conexión
entre rueda y timón estaba dañada el buque empezaría a girar sin pausa hacia estribor.
–¿Distancia del otro blindado?
-¡Cuatro millas, señor! –respondió Ferré midiendo la distancia que los separaba del
“BLANCO ENCALADA”, que apuraba sus máquinas para incorporarse al combate.
-¡Aparejos de emergencia montados, señor! ¡Timón en orden!
Grau observó su posición y se dio cuenta que el monitor en su caída había quedado con
la proa apuntando hacia Mejillones.
-¡A babor! ¡Corregir rumbo! ¡Atención, vamos a embestirlos!
Las ametralladoras Nordenfeldt aprovecharon el punto muerto de los cañones para
acribillar la cubierta del “HUASCAR”, dirigiendo luego el fuego contra la Gatling del
monitor neutralizándola completamente.
-¡El ‘BLANCO’ a tres millas señor! –reportó Ferré.
-¡Toda fuerza avante! –ordenó el almirante a la máquina.
-Seems it’s now or never, Tom –comentó McMahon lacónicamente al recibir la orden.
– All steam up, men!
-¡Ahora es nuestra oportunidad! –gritó entusiasmado Robin al notar que el blindado
quedaba a la aleta del monitor, dejando a su artillería en inmejorable posición para el
tiro de su artillería, y Gaona también lo entendió así: -¡Atención, FUEGO!
La granada dio de lleno en la torre de mando perforando el blindaje de 3 pulgadas y
estallando adentro, desintegrando al almirante que voló en pedazos y matando además a
su ayudante el teniente Diego Ferré, que situado bajo ella transmitía las órdenes de su
jefe.
La confusión fue total. El impacto había inutilizado además la rueda de combate y el
sistema de comunicación a la máquina, dejando a McMahon completamente ignorante
de lo que pasaba arriba, y produciendo nuevamente una caída del monitor a estribor.
-¡Muevan esos cigüeñales, caramba! –rugió en su atascada torre de combate el
comandante Elías Aguirre, imposibilitado de apuntar sus cañones mientras el buque
comenzaba a navegar sin gobierno tendiendo a dar tumbos en círculo.
-¡Señor Carvajal! ¡Comandante Carvajal! – el mayordomo Pineda intentaba abrirse
paso entre los heridos y moribundos que colmaban los pasillos en su camino a popa.
–¡Ha muerto el almirante, señor!
En la cámara interior, el cirujano Távara, bañado en sangre hasta los codos, reconoció el
cuerpo del oficial que le pusieron en la mesa.
-Es el teniente Ferré. ¿Dónde está el almirante?
-No lo sé, doctor. La torre es un solo agujero humeante. El teniente estaba tendido
debajo, ¿está vivo?
-No, muchacho. Está muerto. Destrozado por dentro. Llévenlo a un camarote de popa.
El monitor volvió a estremecerse por un nuevo impacto que esta vez inutilizó
completamente el cañón de estribor de la torre Coles, matando a cuatro de sus artilleros
ingleses. Eran ya las 09:55 de la mañana y el castigo que estaba recibiendo el
“HUÁSCAR” era impresionante, pero sin embargo su tripulación continuaba intentando
ofrecer resistencia.
-¡El almirante ha muerto, comandante! –reportó el comandante Carvajal al segundo
comandante, Elías Aguirre. –¡Usted está al mando!
-¡Muerto! ¿El almirante ha muerto?
-Sí, Elías. El mando es tuyo. Yo iré a la torre de artillería.
En la torre, José Melitón Rodríguez logró mover su único cañón, pero el errático
navegar de monitor impedía cualquier posibilidad de puntería.
-El ‘BLANCO’ a dos millas, comandante –reportó Robin, apartando la vista por unos
momentos del humeante monitor, pero al volverla se sorprendió al ver su bandera sobre
cubierta. –¡Arriaron su bandera! ¡Se rinden, Latorre!
-¡Cesar el fuego! ¡Atención, suspender el fuego!
Eran las 10:10 de la mañana y Latorre instruyó acercarse al “HUÁSCAR” manteniendo
la alerta de combate, sin embargo no alcanzó a transcurrir un minuto cuando el pabellón
fue izado nuevamente por un oficial que trepó intrépidamente por el palo mayor, en
tanto simultáneamente la Gatling reinició el fuego contra el blindado.
-¡Preparados! ¡Los vamos a embestir! –Aguirre, ya posicionado en su puesto y
consciente de que el único cañón de la torre estaba por la banda contraria, girando
pesadamente al esfuerzo de un número de servidores bastante inferior a los dieciséis
hombres necesarios para la operación de los rodillos en circunstancias normales, decidió
una vez más recurrir al espolón. –Teniente Gárezon, la caña a estribor. ¡Villavicencio!
-¡Sí, señor!
-Corra a la máquina e instrúyale a Mr. McMahon que dé toda fuerza avante.
-¡A su orden, señor!
El aspirante inició la carrera a la todavía indemne sala de máquinas, transmitiendo casi
sin aliento la orden al norteamericano, quien volviéndose a Wilkins comentó:
-There we go again. ¿Presión?
-Treinta y dos libras.
-Well, ahí vamos. Dígale al almirante que estamos listos.
-El almirante ha muerto, Mr. McMahon. El comandante Aguirre está al mando.
-Dead! Oh, so sorry! –pero el muchacho ya no le escuchó, corriendo nuevamente a su
puesto como transmisor de órdenes en vista de que el sistema de comunicación interior
del buque ya no funcionaba.
-¡Atención! ¡Se nos viene encima! –Robin, muy a su pesar, tuvo que reconocer el
valor del adversario que no mostraba indicios de rendición no obstante la impresión
dejada por el breve momento en que su bandera fue arriada.
-¡Cinco grados a babor! ¡A babor he dicho, teniente Gárezon! ¡Eso, mantener el
rumbo! ¡Carvajal! ¿Qué pasa con ese condenado cañón?
-Preparados” –instruyó Latorre en el puente del “COCHRANE”. –Esta vez los vamos
a espolonear nosotros.
Sin embargo, el errático rumbo del monitor le hizo fallar el golpe pasando a unos
doscientos metros de la proa del “HUÁSCAR”, momento que aprovechó Gaona para
descargarle su batería de estribor impactando en la torre de artillería en el instante en
que el cañón todavía operativo era a su vez disparado por el teniente Rodríguez,
penetrando su proyectil de 300 libras por la aleta del blindado y arrasando con todo lo
que encontró en su paso antes de salir a popa de la batería, causando las primeras
víctimas chilenas de la batalla.
El efecto de la descarga chilena, por su parte, hirió al comandante Carvajal en la cara,
brazos y piernas, cegándolo, por lo que hubo de ser transportado a la atención del doctor
Távara, instalado ahora en la sala de máquinas como improvisada enfermería en
consideración a los daños sufridos por los demás compartimientos del buque. El
teniente Palacios, en tanto, golpeado en el rostro por el rebote de un trozo de metralla
que le desarticuló la mandíbula inferior, se negó sin embargo a abandonar su puesto
obligando al marinero que intentaba bajarlo a la sala de máquinas a que le atara un trapo
para mantenerla en su lugar. La andanada, además, dejó fuera de combate al teniente
Santillana y al grupo que manejaba los aparejos de la caña del timón, con lo que el
buque una vez más quedó sin gobierno y cayendo a estribor, justo en el momento en que
el “BLANCO” se incorporaba al combate.
Eran las 10:15 y Riveros, ansioso por participar de la batalla, se encontró con el
“HUÁSCAR” completando su giro y en frente de su proa, por lo que decidió embestirlo
con su espolón, pero al hacerlo se interpuso entre el monitor y el “COCHRANE”
obligando a Latorre a cerrar la caña a babor en tanto Riveros, dándose cuenta del
peligro, hubo de hacer lo mismo hacia estribor pasando a apenas 25 metros del monitor,
quien aprovechando la oportunidad le descargó su cañón de 40 libras de la banda y lo
ametralló con la Gatling a voluntad, aumentando la distancia del “COCHRANE” a más
de 1000 metros.
La maniobra, sin embargo, dejó al buque peruano entre dos fuegos e intentando
enderezar su proa. Cuando finalmente lo logró, sólo quedó en peor posición y a
disposición de la artillería de los dos blindados, que esta vez no desperdiciaron la
oportunidad.
-¡Diablos! –exclamó Robin en el puente del “COCHRANE”. –Lo único que nos
faltaba era estrellarnos con el ‘BLANCO’.
-O algo peor –agregó Latorre, -porque si no ajustan su artillería no me extrañaría que
nos alcance fuego amigo.
-¡A babor! –ordenó Aguirre en el “HUÁSCAR”. –¿Distancia?
-¡Ochocientas yardas del ‘COCHRANE’, señor!
-¿Cuánto?”
-“¡Setecientas, señor!
-¡Teniente Rodríguez! ¡Abra fuego a seiscientas! ¡Gárezon, mantenga la caña a babor!
Sin embargo Rodríguez no alcanzó a disparar su cañón: una nueva andanada dio de
lleno en la torre matando instantáneamente al comandante Aguirre e iniciando un
incendio a popa, en tanto el humo de la perforada chimenea cubría la cubierta del
monitor, bajando además la presión de las calderas.
-¡Comandante Aguirre fallecido, señor!- reportó Santillana, que obcecadamente había
vuelto a subir a la torre.
-¡Tomo el mando, teniente! ¿Dónde está Gárezon?
-Intentando reparar el aparejo.
-Dile que desde este momento es el segundo. Que suba a la batería. ¡Alférez Herrera!
¡A la caña!
-¡A su orden, teniente Rodríguez!
A mitad de camino en busca del teniente Gárezon, una nueva explosión arrojó de bruces
a Santillana, tumbándolo sobre el teniente Palacios que viniendo en dirección contraria
intentaba balbucear algo con su destrozada mandíbula.
Levantándose apresuradamente, y temiendo lo peor, se volvió nuevamente hacia la torre
sólo para encontrar el cuerpo mutilado de Melitón Rodríguez, tendido sobre el cadáver
destrozado de su predecesor.
-¿Muertos? –preguntó Gárezon, mirando por sobre su hombro.
-Sí, ahora estás tú al mando, Pedro. Todos los demás han muerto.
-¿Podemos continuar en estas condiciones?
Palacios, enmudecido por su destrozada mandíbula, los miró con fuego en la mirada y
empuñando su revólver se deslizó por la abollada tronera hacia cubierta, haciéndole
señas a los servidores de la ametralladora para que abrieran fuego, sólo para recibir una
lluvia de metralla de una granada del “BLANCO” que estallando contra el cabrestante
lo acribilló derribándolo sobre las ensangrentadas tablas.
Ambos oficiales se quedaron mirando el cuerpo de su compañero, estremeciéndose en
agonía, hasta que Gárezon habló con voz ronca:
-Sólo queda una cosa por hacer…
-No estarás pensando en rendir el buque…
-Yo no me rindo –interrumpió el alférez Herrera, uniéndose a sus compañeros.
-Enviémoslo al fondo –aventuró Santillana.
-De acuerdo, en eso mismo estaba pensando. Herrera, que Távara empiece a subir los
heridos a cubierta. Instruye a McMahon y Wilkins que abran las válvulas. Yo iré a popa
y tú Santillana vete a proa, ¿entendido?
Una nueva explosión arrasó con los defensores a popa entre los que se distinguió el
cuerpo exánime del mayor Ugarteche, arreciando el incendio y alcanzando al pabellón
peruano que ahora arriado seguía amarrado a un quebrado pico.
-Suspender el fuego –ordenó Riveros en el “BLANCO” al notar al monitor detenido,
sus armas ahora enmudecidas, en el preciso momento en que la “COVADONGA”
irrumpía en escena disparando también contra el monitor. –Háganle señales para que
cese el fuego.
Grupos de marinería peruana comenzaron a mostrarse en cubierta agitando los brazos y
gritando palabras que la distancia y el ruido hacían ininteligibles, en tanto otros,
evidentemente aterrorizados por la cercanía de los blindados, se arrojaron al agua
temiendo probablemente que se les cañoneara sin piedad.
-Se acabó, Robin Hood. 10:55 horas. Que lo anoten en el bitácora.
-Una hora y media de combate, Latorre.
-Así es. Admirable resistencia. Pero ahora hay que tomar posesión del buque.
Prepárate para abordarlo. Llévate al teniente Simpson y a un ingeniero, además de un
piquete de soldados para sofocar cualquier intento de resistencia.
-¡A su orden, mi comandante! Teniente Rogers, vaya a buscar al ingeniero Carlos
Warner y que traiga todo lo que pueda requerir para inspeccionar las máquinas del
‘HUÁSCAR’, incluyendo asistentes y fogoneros.
-Que se prepare el teniente Serrano también –ordenó Latorre. –Y que lleve a los
médicos y al capellán Ortúzar. Me temo que la situación a bordo de ese buque no debe
ser muy alentadora.
-El ‘BLANCO’ también está despachando un bote, comandante. El capitán Guillermo
Peña al mando, señor.
2.- HONOR Y GLORIA
La escena que se ofreció a los ojos de Robin apenas puso pie en la cubierta del monitor
fue desoladora. Los daños causados por la potencia artillera de los blindados era
apreciable y los destrozos y averías eran visibles por todos lados, especialmente en la
torre de los cañones y la torre de mando, plagadas además de cadáveres que colmaban
también las cámaras y entrepuentes. Grupos de marineros apilados hacia popa y en las
bandas no ofrecieron resistencia alguna cuando los soldados y marineros chilenos se
desplegaron fusil en mano tomando posesión del buque.
-¡A la máquina! ¡Teniente Rogers! ¡Ingeniero Warner! ¡Síganme a la sala de
máquinas!
Mientras Simpson identificaba y reunía a los oficiales del buque –algunos de los cuales
arrojaron sus espadas al mar para evitar rendirla al enemigo-, Corthorn-Davies se
introducía en la sala de máquinas para encontrarse a los maquinistas McMahon y
Wilkins operando las válvulas, con casi un metro y medio de agua ya en la sentina.
-¡Cierren las válvulas! ¡Es una orden! ¡Cierren esas válvulas!
-Sorry, sir, we do not speak Spanish.
Robin desenfundó su revólver y apuntándolo directamente a la cabeza del que había
hablado lo conminó nuevamente:
-Close those blasted seacocks or I’ll blow your brains to kingdom come. Is that clear
enough?
-Yes, sir. I think I got the message.
-Very good, ahora sí nos estamos entendiendo. Señor Warner, la sala de máquinas es
toda suya.
Mientras el ingeniero y sus fogoneros tomaban el control de la maquinaria y calderas
Robin volvió a subir a cubierta, encontrándose con la segunda partida del
“COCHRANE” abordando el buque. El teniente Ramón Serrano apenas pisó la borda
distribuyó inmediatamente a sus hombres con instrucciones de amagar los focos de
incendios aún activos en el entrepuente y en las cercanías de la santabárbara, en tanto
los médicos y el capellán se multiplicaban entre los heridos y moribundos para
prestarles las debidas atenciones.
Robin se encaminó hacia Simpson que al pie de la perforada chimenea escuchaba con
atención a un oficial peruano, quien parecía estar insistiendo enfáticamente en algo.
-¿Ocurre algo, teniente?
-Este oficial es el teniente Pedro Gárezon, capitán. Comandante del ‘HUÁSCAR’ en la
línea de mando en consideración a la muerte de todos sus superiores. Está haciendo una
petición especial.
Robin llevándose la mano a la visera de la gorra lo saludó militarmente.
-Mis respetos, teniente. ¿Hay algo en que pueda ayudarlo?
-Sí, señor. Quisiera se nos concediera autorización para buscar el cadáver del almirante
Grau, el que no ha sido hallado hasta este momento.
-Muy bien, teniente. Puede proceder a su búsqueda. Teniente Simpson, que se le preste
toda la ayuda que sea necesaria.
-El capitán Castillo y el capitán Peña a bordo, capitán –avisó Rogers.
El bote despachado desde el “BLANCO” acababa de acoderarse al monitor y los dos
capitanes de corbeta trepaban en esos momentos a bordo, el primero en su calidad de
mayor de órdenes de la escuadra y el segundo nominado por el comandante Galvarino
Riveros para comandar el “HUÁSCAR”.
-Victoria, Robin Hood –saludó el primero con una sonrisa.
-Victoria, Luis Alberto, Guillermo. El buque es nuestro.
-Con su permiso, señor –interrumpió el aspirante Roberto Anacleto Goñi, y escoltado
por el maestre de señales Jorge Sibbald se abrió paso con todo desparpajo por entre los
tres oficiales superiores, encaminándose ambos hacia el mástil para trepar hasta la cofa
y proceder a desplegar el pabellón de la estrella solitaria en lo alto de la capturada nave.
-Ahora sí, caramba –celebró Robin.
El capitán Guillermo Peña inmediatamente tomó posesión de su cargo y distribuyó a los
oficiales y marinería que había traído en puestos claves del buque, tomando especial
precaución en achicar el agua, tapar las perforaciones del casco y revisar los posibles
focos de incendio para evitar conflagraciones, comenzando el traslado de prisioneros y
heridos a los blindados y reuniendo los cadáveres de los caídos en un sector de la
cubierta, respetando la búsqueda del cuerpo del almirante Grau por el teniente Gárezon.
El recuento final de bajas en el “HUÁSCAR” arrojó 33 muertos, incluyendo cuatro
oficiales; 24 heridos graves; tres heridos leves, y 144 prisioneros ilesos aunque con una
buena cantidad de contusos. Se reportaron, además, cuatro desaparecidos,
probablemente ahogados cuando saltaron al mar algunos tripulantes al final del
combate. Al heroico teniente Palacios se le brindó toda la atención posible a bordo del
“COCHRANE”, incluida la asistencia de un marinero peruano como mayordomo
particular, pero lamentablemente fue imposible salvarle la vida en consideración a la
gravedad de sus heridas. El abnegado cirujano Santiago Távara, quien resultó herido al
final de la batalla, hubo de permanecer también en el “COCHRANE” en virtud de sus
heridas. Posteriormente otros siete de los más graves tampoco lograron sobrevivir.
En lo que respecta al lado chileno, en el “COCHRANE” hubo 10 heridos, uno de los
cuales murió luego, en tanto que ni el “BLANCO ENCALADA” ni la
“COVADONGA” registraron bajas.
Recibido el informe preliminar, Riveros instruyó iniciar la navegación rumbo a
Mejillones para desembarcar a los prisioneros, sepultar a los fallecidos e inspeccionar
con más detalle al monitor antes de enviarlo rumbo al sur. El buque, escoltado por los
blindados y el “MATÍAS COUSIÑO”, arribó a Mejillones hacia las 15:00 horas, y dos
horas después el propio teniente Gárezon halló los restos del almirante Grau entre los
restos destruidos de la torre de mando, pero el macabro descubrimiento consistió sólo
en un trozo de pierna desde la pantorrilla al pie, calzado con un botín de cuero del cual
la capellada había desaparecido como cortada con una navaja filosa, sin dañar la suela
ni las uñas de los dedos, que estaban desnudos y sin rastros de medias.
Robin fue testigo del hallazgo, lo que sumado a la imagen de matadero con la que se
encontró al ingresar a la torre de artillería del “HUÁSCAR” se tradujo posteriormente, ya
en la soledad de su cámara, en un violento ataque de náuseas que sólo logró controlar
cuando Colipí, único testigo del ataque, le hizo tragar casi un cuarto de la botella de
cognac que su superior suponía celosamente guardada y protegida de ojos indiscretos.
-Tranquilo, mi capitán Córton. Y échese otro traguito de este juerte que ya sé por
experiencia que cura todos los males.
-¿Y cómo demonios sabes tú eso, marinero Colipí? –replicó Corthorn-Davies, con las
convulsiones disminuyendo en intensidad pero siendo reemplazadas por un ataque de
tos, abundante lagrimeo de ojos y la pérdida temporal del aliento. –¿Es que me has
estado birlando mi bebida, bellaco?
-¡Jamás, mi capitán Córton! ¡Cómo puede pensar eso!
-¿Ah, sí? ¿Y cómo se explica que aparezcas tan suelto de cuerpo con mi botella en la
mano? ¿Y precisamente ahora?
-Porque cuando me ordenaron embarcarme en el bote con el teniente Serrano para
abordar al barquichuelo ese, mi capitán, me imaginé que usted ya estaría metido ahí en
lo más peliagudo. Y entonces me dije, ‘Colipí, la custión debe estar color de hormiga
después de los chancacazos que recibieron los cholos de mis comandantes Latorre y
Riveros, y si mi capitán Córton está en medio de toda esa embarrada la debe estar
pasando mal’. Y entonces me acordé de ese tónico suyo que le acompaña desde los
tiempos del ‘BLANCO’ y que me encontré por casualidad, y decidí traérselo por si lo
necesitaba. Y ya ve, no me equivoqué.
-¡Que te encontraste por casualidad! ¡Habrase visto desparpajo igual! ¡Eres un…! –el
repentino ataque de tos que acometió al capitán le impidió a Colipí enterarse del
adjetivo del que iba a hacerlo merecedor su superior.
-Capitán Corthorn-Davies –interrumpió un ordenanza, apareciendo en la puerta de la
cámara, –el comandante Latorre lo requiere en el puente-. Y luego, notando el rostro
congestionado del oficial, agregó en tono preocupado: -Perdón, ¿pero está usted bien,
señor? Si me permite que lo diga, no tiene usted muy buen aspecto, señor –el marinero
miró con un gesto de interrogación a Colipí, quien sólo se encogió de hombros.
-Sí, estoy bien. Voy inmediatamente. Marinero Colipí, gracias por su asistencia. Puede
retirarse ahora. Marinero Colipí, sin la botella, el tónico se queda aquí, ¿está claro?
-Sí, mi capitán. A su orden mi capitán.
*
-Robin Hood, te vas con el ‘HUÁSCAR’ a Valparaíso. Instrucciones del comandante
Riveros, quien quiere que te involucres directamente en las reparaciones del buque para
su más pronta incorporación a la escuadra.
-Y, bueno, al menos podré ver a Karen. ¿Alguna reacción por la captura del monitor?
-Alborozo nacional, hasta donde sé. Y el informe de Riveros rinde un homenaje a Grau
al cual también me sumo, y que en su parte medular dice que la muerte del
contraalmirante peruano ha sido muy sentida por los jefes y oficiales de esta escuadra,
haciendo amplia justicia al patriotismo y valor de un notable marino.
-Muy de acuerdo, Juan José. Un digno y bravo enemigo. ¿Algo del Gobierno?
-Sí, el ministro Sotomayor transmitió al comandante Riveros un mensaje de la
Presidencia resaltando que el pueblo chileno, en honor a sus tradiciones, se hace un
deber en presentar homenaje al valor y honradez del almirante, instruyendo que su
cadáver sea dignamente sepultado. Y a este respecto, mañana, con honores de
ordenanza presentados por los Batallones Chacabuco y Zapadores, se celebrarán las
honras fúnebres en honor de los fallecidos del ‘HUASCAR’ en presencia del Ministro
de Guerra don Rafael Sotomayor, del General en Jefe don Erasmo Escala, del Jefe del
Estado Mayor, y de los comandantes y oficiales de los buques encabezados por el
comandante Riveros.
-Ya veo –comentó lacónicamente Robin, pensando con un estremecimiento en que los
restos mortales del almirante apenas llenarían una caja pequeña. –Honor y gloria a un
noble oficial y marino.
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